jueves, 17 de diciembre de 2009

Lamarck, el olvidado


Sin lugar a dudas, 2009 ha sido un año de celebraciones para la ciencia: los 400 del telescopio de Galileo, los 200 del nacimiento de Charles Darwin, los 150 de la publicación de El origen de las especies… Pero casi todos se han olvidado de otras dos efemérides científicas: la publicación, en 1809, de La filosofía zoológica, de Lamarck, así como la muerte de este científico hace exactamente 180 años: el 18 de diciembre de 1829.
La vida de Lamarck parece estar marcada por la mala estrella del olvido: siempre a la sombra de otras grandes figuras, como el barón de Cuvier (su acérrimo y victorioso rival) en vida; Darwin, en la muerte: las equivocadas teorías lamarckianas han sido abandonadas por la comunidad científica a favor de las acertadas darwinianas. O eso dicen… ¿Será? Ya lo veremos más adelante; primero: ¿quién fue este tal Lamarck?

Los 85 años de Lamarck
Jean-Baptiste Lamarck nació el 1º de agosto de 1744, y recibió el pomposo nombre de Jean-Baptiste Pierre Antoine de Monet, chevalier de Lamarck; sin embargo, décadas después, de la mano de la Revolución Francesa, cambiaría su nombre por otro más republicano.
En 1761 (dos años después de la muerte de su padre), Lamarck comienza una breve carrera militar, sin mucha gloria, en la que le tocará asistir a famosas derrotas y alcanzar el grado de subteniente, lo que no es mucho decir, pues se trata del menor rango entre los oficiales franceses.
Finalmente, una bacteria del género Mycobacterium (y seguramente la misma que causa la tuberculosis: Mycobacterium tuberculosis) lo derrota: Lamarck abandona el ejército el 19 de febrero de 1768, a causa de la escrófula (una enfermedad de la piel causada por Mycobacterium), aunque tenía constantes problemas con otros oficiales de su regimiento de granaderos, aunada a cierta frustración personal: no había logrado obtener el grado de teniente a pesar de su buena carrera militar, que, según algunos biógrafos (aunque no se ha encontrado evidencia documental de ello), incluye haber sido herido en batalla contra los alemanes en la Guerra de los Siete Años.
La siguiente década, la vida de Lamarck tampoco es halagüeña: su madre fallece (16 de abril de 1775), intenta ser músico y fracasa, trabaja en un banco, estudia medicina, estudia botánica, realiza investigaciones en meteorología y en física. Finalmente, en 1776 presenta un trabajo sobre meteorología en la Academia de Ciencias.
En 1777 la cosa cambia de rumbo: Lamarck abandona temporalmente la elaboración de un libro sobre física, comenzado el año anterior, para escribir un tratado de botánica, que aparecerá publicado en la primavera de 1779. Durante este tiempo, Jean-Baptiste se casó con Marie Anne Rosalie Delaporte y nació Rosalie Joséphine, la primera de una fructífera descendencia.
También en 1779 y de la mano de la botánica despega la carrera de Lamarck como docente, al ser nombrado adjunto de las clases de botánica en la Academia de Ciencias. Su carrera académica avanza meteóricamente: en 1783, después de diversos cargos académicos y encargos científicos, obtiene una plaza de asociado en la Academia.
Otros 10 intensos años, en que el nombre de Lamarck como botánico crece, y también sus nombramientos (por ejemplo, el de guardián de los herbarios del gabinete del Rey, en 1789). También crece la agitación en Francia, que desembocará también en 1789, en la Revolución y, finalmente, el Terror, que hará rodar cientos de cabezas, entre ellas la de Antoine-Laurent de Lavoisier, gran químico con cuyas ideas Lamarck tenía serias desavenencias. Curiosamente, la muerte de Lavoisier se debió, en parte, a desavenencias científicas, que se tornaron personales, con el médico y periodista Jean-Paul Marat, pero eso es otra historia (o, más bien, otro hilo de la trama de la historia).
En 1792, después de cuidar de Lamarck durante 14 años, en los que engendraron seis hijos, muere la esposa de Lamarck. El triste viudo contraerá nupcias nuevamente en 1793, esta vez con Victoire Chalotte Reverdy. Ese mismo año, por razones administrativas, la Academia de Ciencias es suspendida y Lamarck deja de recibir sus honorarios; pero también se funda el Museo de Historia Natural, donde Lamarck trabajará, según parece, a partir de 1794. Ahí permanecerá durante varias décadas, hasta su muerte.
En el Museo, Lamarck comienza a dar clases en 1795, aunque en un campo que era desconocido para él: la zoología. Por si fuera poco, se le asigna el curso sobro insectos, gusanos y animales microscópicos. Será Lamarck quien los reúna bajo el título de invertebrados y organice la primera clasificación de este grupo. A pesar de su éxito en la botánica y la zoología, Lamarck no abandonó sus intereses en física y meteorología, campo que le acarreará gran descrédito, por lo impreciso de sus anuarios meteorológicos, que publicó durante once años, a partir de 1799 (hace justo 210 años).
Otra década activísima antes de llegar a la gran efeméride lamarckiana: se divorcia y publica su clasificación de los invertebrados en un mismo año (1801); escribe y publica sus estudios sobre ciencias de la atmósfera, hidrogeología y los discursos de apertura de sus cursos de zoología, así como una obra sobre la organización de los cuerpos vivos.
Hace 200 años, en 1809 aparece su obra más famosa: Filosofía zoológica. O exposición de las consideraciones relativas a la historia natural de los animales. En este libro Lamarck publica dos cosas: el nombre de la Biología para referirse a la ciencia que estudia a los seres vivos (por lo que se le considera, junto con Treviranus, el padre de este nombre), y su teoría sobre el origen y los cambios de la biodiversidad. El siguiente par de décadas lo pasará entre debates, burlas y discusiones debido a esta teoría.

La Filosofía zoológica, de Lamarck. Imagen tomada de http://www.arehn.asso.fr/centredoc/livres/lamarck_philosophie/ill02.jpg

Justo a la mitad de ese camino, en 1819, Lamarck se queda ciego y muere su tercera esposa, Marie Louise Julie Mallet, quien lo acompañó durante más de 20 años. Al año siguiente se publica el último libro de Jan-Baptiste, quien además deja de dar clases y se retira a su casa en el Museo, donde morirá el 18 de diciembre de 1829, hoy hace 180 años. Como invocando al olvido, fue enterrado en una fosa común en el cementerio de Montparnasse; su gran rival, Georges Cuvier, fue el encargado de escribir y leer, tiempo después, una nota sobre su muerte, un supuesto elogio en que ridiculiza a Lamarck.

Lamarck en las sombras
En 1809, hace 200 años, en su Filosofía zoológica, Lamarck expone su teoría de los cambios en las especies, lo que hoy llamamos evolución debido no a Darwin (que nació precisamente en 1809), sino al intelectual inglés Herbert Spencer.
¿Qué dice, pues, la famosa teoría de Lamarck? En pocas palabras, plantea que el ambiente plantea necesidades y desafíos a los seres vivos. Los organismos deben adaptarse a estos cambios, y lo hacen por medio del uso o desuso de órganos. Este uso de los órganos los perfecciona, y es heredado a los descendientes; este perfeccionamiento se acumularía generación tras generación.
El famoso ejemplo de las jirafas: al tenerse que alimentar de hojas de las ramas altas de los árboles, estirarían su cuello, que se haría más largo; este cuello largo sería heredado a los descendientes, que a su vez lo estirarían más, hasta llegar a los larguísimos cuellos de las jirafas actuales.
Esta idea no era exclusiva de Lamarck, pero fue él quien le dio forma coherente y detallada. Otros científicos (como el mismo Darwin) también han aceptado la herencia de características adquiridas por uso y desuso, lo que en la actualidad es llamado lamarckismo, en un exceso de simplificación de la teoría de Lamarck así como de la historia de esta idea.
La teoría sobre-simplificada del lamarckismo fue desacreditada científica y políticamente por muchas razones, entre ellas los experimentos de August Weismann, quien cortó la cola a cientos de ratones, cuyos descendientes jamás nacieron con colas pequeñas. Nótese el error en el planteamiento de Weismann: las colas rebanadas artificialmente no son una característica adaptativa, por lo que no corresponden a lo explicado por Lamarck; aún así, sus experimentos han sido aceptados como válidos por generaciones de científicos que interpretan lo planteado en la Filosofía zoológica en términos exclusivamente de herencia de caracteres adquiridos por uso y desuso.
Tras casi dos siglos de descrédito cada vez mayor, Lamarck va saliendo de las sombras. Algunos autores han comenzado a resucitar sus teorías y a sostener que en la naturaleza en verdad existe la evolución por medios lamarckianos.
Entre tales autores podemos mencionar a Eugene Koonin y Yuri Wolf quienes el mes pasado han publicado, en la revista Biology Direct, un artículo titulado “Is evolution Darwinian or/and Lamarckian?” (“La evolución, ¿es darwinaiana o/y lamarckiana?”). Estos autores llegan a la conclusión de que ambas modalidades de la evolución existen y son importantes en la naturaleza.
Por supuesto, planteamientos de este tipo son muy controversiales, pero cada vez más frecuentes en la comunidad científica. Y es que cada vez conocemos más fenómenos que pueden explicarse en términos darwinianos pero también (y, según muchos autores, de mejor manera) lamarckianamente.
Mis favoritos son los procesos epigenéticos. En la visión tradicional de la herencia biológica, existe una especie de manual para construir a un organismo determinado: el ácido desoxirribonucleico (ADN), que contiene la información para todas y cada una de las proteínas que dan lugar a cada característica del individuo. Nacemos con este ADN, que ya tiene determinadas nuestras características, información que no se transforma: con ella nacimos y pasa a nuestros descendientes.
Sin embargo, se han descubierto sistemas que controlan lo que se “lee” o no de este ADN (en términos técnicos, qué genes se expresan); con estos controles, se desarrollan ciertos caracteres (y otros no). Incluso, las características de un individuo pueden cambiar durante su vida, de acuerdo con cambios en el control de qué genes se usan y cuáles no. Y estos cambios son hereditarios; eso es a lo que hace referencia el término epigenético: cambios heredables que no se encuentran en el ADN, sino en los mecanismos de expresión de los genes.
Se trata, claramente, de cambios en las características, asociadas a su uso o desuso, y que son hereditarias. Y que pueden acumularse a lo largo de generaciones. Esto, en mi opinión (y la de otros autores, como Eva Jablonka y Marion Lamb), se trata de lamarckismo puro, aunque algunos autores consideran que, al tratarse de cambios que podrían ser reversibles, no se trata verdaderamente de evolución, y mucho menos de evolución lamarckiana; para ellos, sólo los cambios genéticos serían admisibles. Es el caso, por ejemplo, de Koonin y Wolf.
En esta visión, el lamarckismo se debería definir como cambios adaptativos (es decir, que llevan a la supervivencia de los individuos en el medio), desarrollados en el transcurso de la vida del organismo y que se reflejen en cambios en la constitución del material hereditario, que serán heredadas a los descendientes.
Un ejemplo de esto está en la transferencia horizontal de genes. Nuevamente, en la visión tradicional, los caracteres se heredan de padres a hijos, de una generación a otra (de manera vertical, abajo a arriba en los árboles genealógicos). Pero, en algunos casos, esta herencia se realiza de manera horizontal: no a los descendientes, sino a otros individuos, en otra rama de los árboles genealógicos. Las bacterias realizan este tipo de transferencia con frecuencia. Y, además, es algo muy relevante para nosotros.
Para combatir a las enfermedades causadas por bacterias, recurrimos a ciertos medicamentos que las matan: los antibióticos. De vez en cuando, algunas bacterias son resistentes a un antibiótico específico. Tal como lo prevé el modelo darwiniano, estas bacterias y sus descendientes sobrevivirán, mientras que las otras bacterias (no resistentes) morirán. Las resistentes serán seleccionadas.
Sin embargo, estas bacterias resistentes pueden heredarle esta característica a otras bacterias, además de sus descendientes. Así, algunas bacterias pueden obtener, a lo largo de su vida, una nueva característica adaptativa que será heredada a sus hijos. Eso, según Koonin y Wolf, es lamarckismo evidente.
Y la lista de ejemplos de lamarckismo aumenta constantemente, como muestran, por ejemplo Koonin y Wolf, Jablonka y Lamb, o Francis Por en sus controvertidos trabajos. Quizá en este bicentenario de Darwin y de la Filosofía zoológica sea hora de recordar a Lamarck y reevaluar su modelo y su relación con el darwiniano.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Your blog keeps getting better and better! Your older articles are not as good as newer ones you have a lot more creativity and originality now keep it up!

Anónimo dijo...

Os remito a Máximo Sandín(Bioantrólogo del Departamento de Biologíaen la Universidad Autónoma de Madrid) para seguir profundizando en el Lamarckismo y rechazar las pseudoteorías evolucionistas de Darwin.

Anónimo dijo...

Esto es una basura de pagina y un toston.

Jorge Ramiro dijo...

Para mí la página y el artículo están bastante buenos, me sirve para seguir profundizando en las causas de la revolución francesa y ciertas divergencias en cuanto a debates que se dan hacia el centro de las ciencias sociales.

Francisco dijo...

Lamarck siempre fue una "Peligrosa idea". Fue retomado en las luchas obreras y campesinas de la era victoriana, en tiempos del Darwin jóven, y por los mismos maestros de Darwin en la universidad de Edinburgo. Sirvió para apuntalar la teoría de Lyell del uniformismo. Fue luego retomado por Engels en el Anti-Durhing y en la "Dialéctica de la Naturaleza", y luego por Stalin. La tesis de Lamarck es revolucionaria por esencia en muchos sentidos, recoge en el formato biológico los ideales de igualdad y libertad, muy contrario al racismo y fascismo inscrito en "El origen de las especies".

Unknown dijo...

Muy interesante información, muchas gracias por compartirla.